La Primera y Última Vez

La Primera y Última Vez

La Primera y Última Vez

Mariví Nadal

Mariví Nadal

Historia Corta

Historia Corta

&

&

Suspense

Suspense

A cielo abierto, el manto oscuro de una noche otoñal envuelve a los presentes en un ambiente festivo. Algunos, ya desinhibidos por el alcohol, balancean sus cuerpos al compás de los diferentes ritmos que el DJ les hace escuchar. Pero entre todos, hay uno que no comparte la felicidad que le rodea. Y no es difícil encontrarle, pues sus hombros caídos y sus ojos opacos reflejan las tormentosas noches de insomnio que ha experimentado. 

¿Para qué vine?

Los asistentes, ataviados con atuendos finos, deslumbran con su presencia. 

Y aquí estoy yo.

Se mira desde la malhecha corbata hasta los delustrados zapatos. 

Necesito un whisky.

Mientras se dirige hacia el área del bar en el que dos jóvenes y atractivos bartenders preparan mezclas con rapidez, una tímida brisa acarrea el embriagador aroma de los lirios que se mezcla con el del humo de algunas velas que ya han sucumbido a su potencia. El perfume de las flores preferidas de su madre se cuela suavemente en sus pulmones. El recuerdo maternal le calma los nervioss, mientras se desliza con discreción entre el mar de gente congregado allí. No desea llamar la atención, no desea ser reconocido.

Las voces a su alrededor cortan los aires como el zumbido de un enjambre en discordia. Suspendido en éstas, reflexiona sobre el estrago que el tiempo hace en los humanos. Reconoce a alguno que otro individuo de su pasado. ¡Cómo ha cambiado!, piensa de quien está seguro es Susana, su compañera en la primaria. ¡Uf!, qué envejecido está el doc Rubén, reflexiona con ternura al reconocer la cara del doctor de su infancia, que se asoma de entre las profundas arrugas que ahora la cubren. 

La latente manifestación del tiempo, lo empuja a acercarse a mirar su reflejo sobre la alta ventana que, techo a suelo, invita al interior de un elegante recinto. 

¿Tan cambiado estaré yo?, ¿es por eso que nadie me ha reconocido?

Repara en las marcadas arrugas alrededor de sus ojos cuando, de repente, su corazón se acelera. Su mirada se funde en el reflejo de esa criatura que está a sus espaldas, en el centro de la pista de baile en la que mueve sus caderas al ritmo de los acordes de “Dancing Queen”. Lo hace con elegancia. Su sonrisa es perfecta. Su acompañante parece extasiado por ella. Ambos se miran con ese tipo de gestos que deforman el rostro de un ser enamorado. 

Marcos se da la vuelta con sigilo, sin quitarle la vista de encima. Su corazón le revolotea en el pecho, como una mariposa lista para emprender un viaje a través del océano.   

Es perfecta.

Boquiabierto la contempla bailar, reír, acomodarse el oscuro cabello ondulado que cae con delicadeza sobre sus hombros café caramelo. El vestido blanco se ciñe sobre su esbelto cuerpo. Su escote es tan… femenino. Ella gira ahora al compás al que su nuevo marido la guía, acompañada de los aplausos que los invitados a su alrededor les desbordan.

***

Helena se siente extrañamente observada, y busca con urgencia el origen de esto. De reojo se percata del atractivo individuo de piel bronceada y cabello crespo pimienta que la admira. Lo primero que llama su atención son esos ojos oscuros enmarcados por unas cejas pobladas. Están bien abiertos, y la mirada que irradian se le clava en el alma. Esa era una mirada que no esperaba sentir. No en esta noche en particular… la noche de su boda. 

Le devuelve una fugaz mirada de reojo, y al hacer contacto, los ojos de Marcos y Helena se anclan por un instante que parece suspendido en el tiempo. Sus corazones palpitan en demasía. Un breve instante fue suficiente para que sus almas se reconocieran. 

Su marido le besa el cachete, cortando el momento y reclamando su mirada. Helena se la ofrece envuelta en un suspiro que le tensa la quijada. 

Distraída, intenta forzar su atención al momento que está viviendo, pero su mente no puede dejar de pensar: «Tengo que apurarme, no lo puedo perder. Se va a ir, ¡se va a ir!». Una desesperación maquiavélica le recorre la espina dorsal.

—¿Todo bien? —susurra a su oído el flamante “Novio” de ojos grises. La nota distante.

—Sí, todo bien —le responde con una sonrisa seguida de un beso apasionado que sus invitados a su alrededor festejan. 

La pareja entonces les anima a unírseles en la pista de baile. Ella lo busca, sin éxito.


***


Desparramado en un sofá que adorna un rincón solitario de la finca, Marcos se afloja la corbata para respirar mejor. El farol que engalana la entrada del pequeño espacio rústico proveé al interior con un débil haz de luz, tan solo el necesario para denotar una idea de dónde se encuentra el sofá. En el interior, las paredes están adornadas por un robusto librero de cedro cubierto de libros hasta la coronilla, y el piso está cubierto por una fina alfombra persa. Pero son las sombras empapadas con un olor a cedro las que reinan a su alrededor. Marcos se acurruca entre ellas anhelando que lo absorban del tormentoso encuentro que había experimentado minutos atrás.

A la distancia, los primeros acordes de una cumbia que la fiesta recibe con interés se manifiestan. 

¿Qué diablos estoy haciendo aquí?, se reprocha furioso mientras da un trago decidido a su whisky.
En un instante, un ente de cabello largo que le fluye suavemente como una cascada lo interrumpe. Una falda corte princesa ondula a su alrededor acentuando la finísima cintura del ser que cruza la puerta corrediza de cristal y se adentra en su escondite. A contraluz del lúgubre farol, se mira como una sombra densa, incluso más que las que los rodean, y por unos instantes, Marcos se paraliza, no está seguro si es un ángel o un demonio el que lo visita.

—Hola.

Los dulces acordes de esa voz lo alcanzan como una corriente eléctrica que le acaricia los poros de la piel.

—¿Puedo sentarme? —continúa “la Novia” apuntando hacia el espacio vacío del sofá a su lado. 

No pudiendo reunir palabras, la alienta a sentarse con un gesto de la mano. Al acomodarse a su lado, el tenue haz de luz le cruza a momentos el rostro. Es un ángel.

—Helena —se introduce, rompiendo el incómodo silencio.

—Lo sé —responde Marcos con la cabeza baja. Un rictus torcido le cruza el rostro.

Nuevamente, el incómodo silencio se instala entre ellos, en esta ocasión, una tensión electrizante es palpable en el aire.

—Gracias por haber venido a mi boda.

A Marcos se le forma un nudo en la boca del estómago. Lo ignora tomando valor para encararla, y al hacerlo, el entendimiento en sus miradas hace que las palabras salgan sobrando. Sus cuerpos se funden en un abrazo urgente. 

—Lo siento —balbucea Marcos entre sollozos—. Yo… Yo…

—Shh, shh. El pasado es pasado.

El perdón que su alma había anhelado por años, le ha sido otorgado. Y contrario a los discursos que en incontables ocasiones practicó frente al espejo, su respuesta se limita a enroscar con fuerza sus brazos alrededor de ella. Intenta, de alguna forma, transmitir el arrepentimiento y el amor que cada milímetro de su ser siente. 


***

Cuando el flashazo de los momentos felices que vivió con su hermano, así como aquellos en los que lo descubrió vestido de mujer por primera vez, y que originó las peleas y las palabras hirientes que causaron su distanciamiento terminan de pasar por su mente, se le desprende. 

Admira esos ojos, los mismos que cuando de pequeño le miraban en complicidad.

Recuerda que en aquellos tiempos de su infancia, una tristeza los opacaba, pero hoy, hoy lo miran radiantes. Marcos reconoce la verdadera esencia de aquel ser con el que compartió su venida al mundo. Ahora lo entiende. 

Recorre temblorosamente su mano sobre el terso y delicado rostro, reconociéndola. Ella, reposa su cachete sobre esta, a la que besa con una ternura maternal.

Inyectada por una felicidad inmesurable, Helena se levanta como un resorte. 

—¡Vamos a disfrutar de mi boda! Tengo que bailar con mi hermano el día de mi boda.

Marcos muestra pena y cierta resistencia en sus gestos.

—No me digas que no. Sería una felicidad tan grande en el día más feliz de mi vida. Hoy se ha convertido, realmente, en el día más feliz de mi vida.

Se le acerca con premura, y toma su cara entre las manos para forzarlo a mirarla. Marcos dirige su rostro un poco hacia arriba para poder hacerlo. Él siempre… ¡Ella!… Ella siempre le había sacado unos centímetros imperceptibles de estatura. Ahora, con esos tacones, la diferencia es notoria. Sonriendo, baja la cabeza, no puede resistírsele.

—Sí, anda, ve. Te alcanzo pronto. Solo me recupero.

—Vale —le responde tomando rumbo a la pista de baile para continuar disfrutando con su esposo. Antes de cruzar la puerta corrediza de cristal, para en seco.

—Te tardaste, bravucón. Te he estado esperando.

Marcos percibe el tono de tristeza que había intentado cubrir en esa frase juguetona. 

—Recuerda que siempre he sido lento, pero llegué, ¿qué no?

Helena puede ver las lágrimas que se han asomado en los ojos de su hermano, y se contagia del sentimiento. 

—¡Se me va a arruinar el maquillaje! 

Ríe frotándose los ojos con delicadeza para calmarse. Una pesada gota salada ya se ha infiltrado entre los labios.  

—Te ves hermosa.

Un manto de seriedad se posa sobre el rostro lloroso de Helena. Estas palabras le han inflado el alma de felicidad. Una leve sonrisa se le forma, y la mirada que la acompaña, destella en plenitud desbordante. 

—Te espero en la pista de baile, no tardes.

Viéndola alejarse, saca del bolsillo de su chaqueta la fotografía que siempre lleva consigo: la de dos chamacos de nueve años de edad. Está incompleta, la cicatriz de una acción que denota furia es latente, incluso se había llevado consigo el brazo derecho de uno de ellos. Hace un par de décadas atrás, su madre le había dicho que no recordaba qué había pasado con ella. En esta, su hermano, Héctor, lo envuelve con sus brazos en un gesto de camaradería entrañable. Son como dos gotas de agua. La misma nariz, esa que ahora Helena tiene respingada, medita. Los pómulos también han cambiado, los lleva hoy más notorios. De hecho, de esas facciones, solo quedan esos ojos oscuros y profundos. 

         Se dirige hacia el marco de la puerta. Con la luz a su favor, acerca el granuloso papel a escasos centímetros de su rostro, reparando en la imagen un tanto sobreexpuesta de su hermano. El papel está desgastado, sus bordes se enrollan con necedad. Pese a todo, ese objeto arrugado y manchado es una de sus posesiones más valiosas. La acaricia, lo hace justo en el área de sus ojos. Son los mismos, sí, grandes, oscuros, curiosos, cubiertos por una densidad de pestañas que los hacen pizpiretos. Por unos instantes se pierde en esa mirada tan familiar de sus ayeres. Dirige su vista hacia el horizonte. A la distancia, a través del gentío, cree poder ver fragmentos de ella que baila con enjundia.

—Mi hermana —susurra con una ternura que le apachurra el pecho.

Esta realización lo incita a salir del recinto en el que se encuentra. Al hacerlo, una tenue brisa marina choca contra su rostro. Cierra los ojos para disfrutar el casi imperceptible manto de humedad que lo abraza. Inhala profundo los densos aires de su puerto pesquero, aquel que injustamente desdeñó durante su juventud, y que hoy lo recibe en paz. 

           Sus potentes notas salinas parecen haberle disuelto esa culpa pesada y purulenta que había cargado sobre sus hombros todos estos años. Es ahora, diecisiete años después desde la última vez estuvo ahí, que logra reconocer la belleza del pueblo que lo vio nacer. Y con esta nueva emoción desencadenada, se encamina para encontrarse con su hermana. 

Con velocidad se conduce por el bien cuidado césped hasta que se adentra en la pista de baile. Una gran sonrisa le cruza el rostro, y no puede resistirse a los movimientos de brazos y caderas que la música le genera. Su cuñado lo intercepta con un abrazo sorpresa y un whisky para brindar.

E inocentes al macabro destino que les espera, esta noche sus almas se regocijan. Bailan, ríen, beben, se abrazan recuperando los años que han sufrido el uno sin el otro, en esta, la primera, y última vez, en que Marcos vio a Helena…

FIN

Todas las historias que publico son de mi autoría y tienen todos los derechos reservados. Cualquier forma no autorizada de distribución, copia, duplicación, reproducción, o venta (total o parcial) de su contenido, tanto para uso personal como comercial, constituirá una infracción de los derechos de autor.

Suscríbete a mi boletín informativo

Sé de los primeros en conocer fechas de lanzamiento, copias de lectores avanzados, revelaciones de portada y otras noticias sobre mis libros. Puedes darte de baja cancelando la suscripción en cualquier momento que lo desees.